En una corrida descastada y sin fuerza alguna (como son la mayoría de las de Juan Pedro), salió un toro buenísimo, jabonero, lidiado en tercer lugar, de nombre «Ombú».
Desde el primer momento se vio que tenía condiciones y repetía, incluso en exceso, llegando a hacer hilo. En la muleta embestía una y otra vez templado, haciendo el avión y con nobleza. Era el toro ideal para consagrarse en Madrid, pero se le fue a Luis David Adame y solo le cortó una oreja a un toro de dos. Le ligó bien las series, pero no hubo ningún pase de los que se recordaran, como por ejemplo, los de Talavante el miércoles. La vez que más cerca se pasó el toro fue en una gran arrucina exponiendo la femoral, pero en el toreo fundamental no hay color con lo visto los dos días anteriores.
Al toro, incomprensiblemente, no se le dio la vuelta al ruedo, pero sí una enorme ovación.
Qué distinto fue de sus hermanos, unos inválidos con los que nada pudieron hacer Finito, que llevaba un vestido precioso (su tarde se redujo al saludo capotero al primero y, además, estuvo muy mal con la espada), y Román (que igualmente solo se lució con el capote en un saludo con caleserinas abrochado con una bonita revolera invertida).
Desde luego que la variedad capotera hoy hay que destacarla, ya sea por el clasicismo del Fino o por la efectividad de Román y Luis David, que le recetó un quite por zapopinas al sexto (en el que escondió algo la pierna) de gran conexión con el tendido.
Iba a por la Puerta Grande y comenzó la faena con un cambiado por la espalda milimétrico, pero el toro no tenía recorrido alguno y, aunque se jugó la cornada con un arrimón, el toro para abrir la Puerta Grande era su primero, pero no estuvo a su altura. Pinchó al sexto y gracias a eso no cortó una oreja de este, que a buen seguro, el receptivo público le habría pedido. Habría sido una Puerta Grande muy barata en el caso de concederse.
Crítica taurina 
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