EL TOREO DE… PABLO AGUADO

Pablo Aguado Lucena nació el 3 de enero de 1991 en Sevilla.
De novillero había dejado una buena impresión donde había toreado, aunque le faltaba cuajar a los toros. Se quedaba en los detalles, pero estaba claro que era un torero con personalidad y solo había que darle tiempo.

Tomó la alternativa en su tierra el 23 de septiembre de 2017 de manos de Enrique Ponce y con Talavante como testigo, con toros de Garcigrande, dando buena imagen.
En la Feria de Abril, de nuevo, destaca en la corrida de Torrestrella.

Confirma en Madrid sustituyendo a Paco Ureña, que había sufrido días atrás ese gravísimo percance en el ojo en Albacete.
Se evitó así Pablo Aguado pasar por el bombo, que previamente había rechazado, y pudo matar la corrida de Victoriano del Río, dejando ganas de volver a verle.

Sin embargo, lo bueno de verdad, llega en 2019.
En su Sevilla natal logra juntar todos sus detalles toreros en dos exquisitas faenas a sendos toros de Jandilla. Todo ante la mirada de Morante y Roca Rey, que no quisieron dejarse ganar la partida. Fue una tarde de verdadera competencia.

Poco después regresa a Madrid y con su naturalidad hace el silencio en la capital. Le falla la espada, que hasta el momento es su «talón de Aquiles».
En su segunda comparecencia resulta cogido, precisamente al entrar a matar.

Durante la temporada firma grandes faenas en San Sebastián de los Reyes, Ronda y, sobre todo, Huelva, donde vuelve a parar el tiempo.

Mientras torea Pablo Aguado da la sensación de estar en un estado de ataraxia: sin preocupaciones, abandonado. Dicen que para torear bien hay que olvidarse del cuerpo y eso es lo que hace Pablo. Ni una pose forzada, ni un gesto de cara a la galería. Todo naturalidad.
Su suave muñecazo para vaciar la embestida, el torear con el pecho y con la cintura y el cargar la suerte le hacen ser un torero de gran interés para el aficionado.
Sus cites son caricias y cuando el toro llega al embroque, se ralentiza el tiempo, ya sea con el capote o la muleta.
Templar así la embestida es lo más difícil que hay. Por eso, consigue enmudecer las plazas, creándose un magnífico silencio de expectación que se rompe en los «bien» y en los «olés» rotundos.

Su mejor nivel, en mi opinión, lo da con la mano izquierda, toreando al natural en su más amplio sentido de la palabra. Con la derecha, en ocasiones, torea con el pico.
No obstante, cuando finaliza su serie con la derecha con un trincherazo o un cambio de manos, solo se puede aplaudir, porque los borda.
Cuando torea a su mejor nivel, pocos toreros pueden hacerle sombra, pero es cierto que necesita su toro para poderlo realizar.
Sin embargo, siendo un torero de arte, le valen bastantes toros, aunque se echa en falta que salga de sus tres o cuatro ganaderías de comfort.

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