EL TOREO DE… ENRIQUE PONCE

Alfonso Enrique Ponce Martínez nació el 8 de diciembre de 1971 en Chiva (Valencia).

Toma la alternativa hace exactamente hoy treinta años, el 16 de marzo de 1990 en la Feria de Fallas, con Joselito de padrino y Miguel Báez «El Litri» de testigo.
Por eso, esta tarde se anunciaba en Valencia en mano a mano con Pablo Aguado para conmemorar esos treinta años como matador de toros y, por ese mismo motivo, es el elegido para la sección de hoy de «El toreo de…»

Poco después confirmó la alternativa en Madrid. Fue el 30 de septiembre de 1990 con Rafael de Paula como padrino y Esplá de testigo.
Dos años después abrió por primera vez esa Puerta Grande de Las Ventas que ha descerrajado en cuatro ocasiones (la última de ellas en 2017). La más sonada de ellas fue la de 1996, ya que su faena al encastado toro de Valdefresno, de nombre «Lironcito», le consagró como figura del toreo.
Rivalizó en esa época con su padrino Joselito (que ya era figura), sobre todo, en esa tarde de los quites de la Beneficencia de ese año 1996.
Solo un año después irrumpe con fuerza José Tomás, por lo que los años finales del siglo pasado son de gran importancia para la tauromaquia.

Los números de Ponce son inalcanzables: treinta años como matador y diez años consecutivos superando el centenar de festejos, siendo el líder del escalafón en tres temporadas.
Además, en esos años 90 no se aliviaba con las ganaderías: ha matado cincuenta toros de Victorino Martín, muchos «samueles», y demás ganaderías que hoy en día las figuras no quieren (tampoco el propio Ponce).
Enrique Ponce es el torero con más toros estoqueados en la historia: hace unos años superó a Lagartijo.

Sin embargo, Ponce sabe que el toreo no solo son números. Quizás, por eso lleva unos años en busca del toreo de sentimiento cuando él siempre ha sido un torero de técnica, que ha brillado por ser capaz de hacer faena a la gran mayoría de los toros a base de ir enseñándoles a embestir, templarles y llevarles a media altura.
Su cabeza es privilegiada, aunque me parece que se equivoca al tratar de «torear con el alma» como él mismo define, o «soñar el toreo».
Está buscando lo accesorio (la poncina, la chivana, la palomita, la bianquina… hasta la corrida «Crisol») y lo accesorio está bien como complemento, pero nunca como sustitución del toreo fundamental. Si en algo ha destado Enrique es en su clasicismo, pero ahora tiene que salvar sus faenas con las poncinas finales, que conectan con el público rápidamente.
Aunque su toreo no ha perdido belleza en los derechazos, si lo ha hecho con la mano izquierda: tanto en el toreo al natural como en los pases de pecho se pasa el toro muy lejos, retorciéndose en exceso.
Con la mano derecha, al tener la ayuda, puede torear con más elegancia, ya que se vale del pico para que el toro pase a una distancia prudente sin tener que perder la estética.
Ponce ha debatido en alguna entrevista que no es lo mismo torear con el pico para enroscarse el toro que para sacarselo hacia fuera. De acuerdo, se lo compro. Evidentemente, no es lo mismo. Pero Ponce lleva dos o tres años dedicándose a hacer la noria, sin vaciar el muletazo y retrasando la pierna de salida. Así no te enroscas el toro.

Otro «pero» importante que hay que ponerle es los toros que está matando: afeitados en numerosas ocasiones. Los «vellosinos» de Huesca dieron positivo, pero otras muchas corridas dejan, cuanto menos, la sospecha, como los «adolfos» de Teruel o de Istres.
Enrique Ponce no debería manchar así su carrera y que se le recuerde por estas cosas en vez por el figurón de época que ha sido.

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