EL TOREO DE… MORANTE DE LA PUEBLA

José Antonio Morante Camacho nació el 2 de octubre de 1979 en La Puebla del Río (Sevilla), localidad que da nombre artístico al torero: Morante de La Puebla.

En el año 1996 se alza con el «Zapato de Oro» de Arnedo y la siguiente temporada toma la alternativa. Lo hace el 29 de junio de 1997 en Burgos, con César Rincón como padrino y Fernando Cepeda de testigo. Los toros fueron de Juan Pedro Domecq, una de las ganaderías preferidas por Morante durante toda su carrera.

La confirmación en Las Ventas llegaría el 14 de mayo de 1998, ejerciendo Julio Aparicio de padrino y Manuel Díaz «El Cordobés» de testigo.
Un año después conseguiría abrir su única Puerta del Príncipe de Sevilla.
En su carrera ha habido varias encerronas (en Barcelona, Madrid…) y también varias retiradas. Quizá, le haya faltado ambición en determinados momentos, dejando la sensación de que estaba aburrido y no tenía ganas de torear.

Morante es un torero camaleónico, capaz de lo mejor y de lo peor. Pero no solo de torear como el que mejor o de no querer ni ver a un toro. También, hay que hablar de la torería: cómo puede tener tanta para algunas cosas y cómo hace otras cosas tan feas y tan poco toreras. Es inexplicable. Es Morante.

Como ven, su palmarés es muchísimo menor que el de otros toreros que estamos analizando, pero como esto no es un deporte y lo más importante son las sensaciones, Morante lleva veinte años en figura sin haber abierto nunca la Puerta Grande de Madrid, por ejemplo.
En Madrid se acuerdan de la oreja que cortó en 2009… ¡qué oreja!… o de esa tarde de los quites con Daniel Luque en 2010. Y es que con el capote lo borda. Ahí no se admite discusión. Su toreo a la verónica es la perfección: con hondura, toreando con el pecho, profundo… una maravilla.
¿Y de sus chicuelinas qué me dicen? Llenas de arte, de gracia torera… esa que a otros le falta. Hay cosas que se tienen o no se tienen. Morante la tiene, otra cosa es que le apetezca sacarla. ¡Ay si quisiera hacerlo más veces!…
Además, ha recuperado suertes del baúl de los recuerdos, como ese «galleo del bú» que hacía hace un siglo Joselito.

Aunque su fuerte es el capote, con la muleta también sabe torear muy profundo y con el mentón hundido. Y, cómo no, con su arte: los molinetes, los trincherazos, el kikirikí… Morante es una amalgama de toda la historia del toreo. Un torero que, verdaderamente, habría encajado en cualquier época.

No obstante, con la muleta necesita un toro muy específico para sentirse a gusto y no tirar por la calle de en medio. Quizá, al principio hiciese el esfuerzo con más toros, pero a día de hoy solo lo hace en los comienzos de temporada, que es cuando más ganas tiene. Una vez que pasa la Feria de Abril parece que «se atora» y necesita diez tardes para estar una bien.
Por eso, yo nunca he sido, ni seré «morantista». La regularidad y el hacer el esfuerzo para agradar al público que paga por verte hay que valorarlo y debería ser una obligación de toda figura.
Y es que las tardes malas de Morante, desde luego, no son tardes en las que no pase nada: con Morante siempre ocurre algo, aunque sea para mal, como las broncas que se suele llevar. Y es que de Morante, al final, se habla siempre.
Él pensará que mientras la gente siga yendo a verle, podrá seguir llevando sus toritos de las ganaderías más descastadas, por si acaso ese día le da por torear.

Mientras su palmarés de triunfos importantes decíamos antes que no es muy abultado, sí que lo es el de petardazos y gestos que, lamentablemente, quedarán en el recuerdo: el día que entró a matar con una espada ya dentro del toro en Valladolid, el toro que descabelló en Málaga desde el burladero, la «patadita» al toro también en Málaga, el dejarse toros vivos desentendiéndose de la lidia (esto ha pasado en muchas plazas) y, por supuesto, el salir directamente a matar los toros que no le gustan, sin hacer faena, ni siquiera intentarlo.

Con todo esto, juzguen ustedes mismos… aunque para eso tendrán que irle a ver muchas, pero que muchas, veces.
¿El genio de la Puebla o el farsante de la Puebla?

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