Daniel Ruffo Luque nació el 21 de noviembre de 1989 en Gerena (Sevilla).
Tomó la alternativa en Nimes, el 24 de mayo de 2007, con El Juli de padrino, y Castella, de testigo. Los toros fueron de El Pilar.
La confirmó dos años después en Madrid, el 5 de junio de 2008, de manos de Javier Conde y en presencia de José Tomás, la tarde de las cuatro orejas del de Galapagar con los toros de Victoriano del Río.
Un año después, tendría lugar esa recordada corrida en la que entró en competencia con Morante en quites.
Ciertamente, Daniel Luque siempre ha manejado muy bien el capote. Es su punto fuerte.
Las verónicas las borda, pero también las medias para abrochar o las chicuelinas. Es, por lo tanto, un capotero de corte clásico y artista.
Con la muleta se le va a recordar siempre por haber inventado la luquesina (pase que no me gusta demasiado), pero creo que Daniel es mucho más que eso.
Siempre ha ligado los pases, pero antes se retorcía muchísimo. Actualmente, su toreo ha dado un giro radical.
Ya no se inclina como si se fuese a tumbar. Todo lo contrario. Ahora, torea erguido y con una gran estética.
Además, está cargando la suerte y remata las series de forma muy torera y bonita: cambios de mano, trincherazos, los de pecho de pitón a rabo…
Todo esto con el añadido de que se lo está haciendo a toros de distintos encastes, como Domecq, Atanasio – Lisardo (con el que abrió la Puerta Grande de Madrid), Albaserrada o Santa Coloma. Para el recuerdo queda su faena el año pasado a un toro de La Quinta en Mont de Marsan. En Francia es un ídolo.
Sin embargo, por unas cosas o por otras, nunca termina de romper. Cualidades siempre ha tenido, pero él mismo reconoce que muchas veces le ha faltado cruzar la raya.
Ahora que está toreando mejor que nunca y que los éxitos en territorio galo le están sirviendo para volver a las ferias españolas, parecía tener todo de cara para que fuese su año, pero esta vez ha sido el Covid-19 el que le va a impedir dar el salto, aunque en Valdemorillo ya demostró el momento que atraviesa.