Cómo es esto de los toros que antes de ayer Ricardo Gallardo trajo una novillada excepcional, que proporcionó un rotundo triunfo de Álvaro Alarcón, mientras que hoy, en uno de los carteles estrella del serial isidril, ha pegado un petardo tremendo.
Solo Roca Rey ha podido rascar algo (poco) de donde no había nada. Realmente, en lo que ha destacado el peruano ha sido en su actitud más que en su toreo. En primer lugar le tocó un Fuente Ymbro que apuntaba más de lo que luego fue. Destacó Andrés en el quite por ajustadísimas chicuelinas en el mismísmo centro del ruedo.
Después brindó al público y empezó su faena por ceñidos estatuarios, pero la faena careció de ligazón porque al toro le costaba repetir y todo se diluyó rápidamente.
El quinto de la tarde fue un manso de libro. Debió ir a buscarle el picador cuando se vio claramente que el toro no quería puya. Solo quería tablas, pero ya sabemos el dogma que existe en Madrid con las rayas de picar. Habría que recordar que cada toro tiene su lidia.
Roca empezó pegado a tablas con el toro sin ninguna fijeza, por lo que le tocó correr detrás de él. En la segunda serie decidió sacárselo a los medios, pero el animal le desarmó. Cuando cogió la nueva muleta se ovacionó al diestro. Había mucho público que iba expresamente a ver a Roca y le cantaban todo lo que hacía, aunque no estuviese ni toreando. En fin, que imagen más mala dio Madrid en ese toro. Unos y otros. Unos por aplaudirle todo, ya predispuestos a sacarle a hombros sea como fuere. Los otros por ir ya con ideas preconcebidas y pitar a un torero según sus gustos, sin valorarle sus méritos en la cara del toro. En el término medio estaba la virtud. Y es que Roca Rey estuvo bien, muy firme. En terreno de toriles consiguió hilvanar la faena: primero con dos series con la mano derecha dejándosela puesta para evitar que el toro se fuese y, después, con naturales (sacándose el toro hacia fuera, todo sea dicho).

Por supuesto, no faltaron sus artificios con dos cambiados por la espalda (el segundo ceñidísimo) y un final por bernardinas. El público le gritaba eso de «¡torero, torero!», entiendo que más por fastidiar al siete que por lo que se vio en el ruedo, pues no fue tanto. Pinchó y perdió la oreja, que estoy seguro que se la habrían pedido con fueza y se la habrían dado.
Ginés Marín reaparecía de su grave cornada en esta misma plaza solo diez después. Un toro de El Parralejo le había atravesado el muslo, pero aquí estaba Ginés de vuelta en tiempo récord. ¿Al cien por cien? Difícilmente. Se premió el esfuerzo con la ovación que recogió tras el paseíllo, pero no pudo hacer nada ante su primero, un castaño de Fuente Ymbro inválido. Se le protestó mucho, mas no se devolvió.
Abrevió con acierto el torero.

Brindó al público el sexto, pero siempre estuvo fuera de sitio y el toro tampoco ayudó. Se pasó de faena y, a su vez, se consumó el petardazo de Fuente Ymbro. Al menos, Ginés mató bien a este toro.
No lo hizo el riojano Diego Urdiales, que tras no estar nada confiado con su primero (el viento tampoco ayudó) lo mató con una bajonazo infame degollando. Escuchó palmas de tango por su estocada.
Tampoco anduvo mejor con el imponente cuarto, un toro cornalón y pesado (como toda la corrida). Sacó algo de genio y Urdiales no pegó ni un pase bueno. Mal Diego, aunque no había nada que hacer, pero faltó ambición.

– Plaza de toros de Las Ventas (lleno de «No hay billetes»): toros de Fuente Ymbro, bien presentados, pero sin opciones de triunfo. Segundo y sexto apuntaron cosas, pero se desinflaron. Muy manso el quinto, inválido el tercero y sin opciones el lote de Urdiales.
– Diego Urdiales (de verde bandera y oro): silencio y silencio tras aviso.
– Roca Rey (de azul marino y oro): silencio y ovación tras aviso.
– Ginés Marín (de corinto y oro): silencio en su lote.
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