José Antonio Morante ha realizado una de las mejores faenas de su carrera en Madrid a un manso y noble toro de Alcurrucén, pero la Puerta Grande se le sigue resistiendo por la espada. El Juli remata su mejor isidrada con otra buena faena (también sin espada), mientras que Ginés Marín firma un sensacional inicio de faena en el tercero y se muestra voluntarioso con el mansísimo sexto.

La tarde fue sin duda para Morante y eso que no empezó nada bien. El primer Alcurrucén fue un toro justo de presencia para Madrid y con la sospecha de los pitones a tenor de lo visto en las fotos del sorteo. Además, fue manso y entre ese hecho y el vientecito que corría, el de La Puebla decidió que lo mejor era salir con la espada de matar. Abrevió Morante y fue abroncado tras salirse de la suerte descaradamente en cada intento de clavar la espada.
Sin embargo, la película cambió totalmente en el cuarto, no solo respecto al primero si no a toda su feria: llevaba ya cinco toros estoqueados y no había hecho nada.
«Pelucón» era un colorado ojo de perdiz, muy en el tipo de la casa. Sus hechuras eran perfectas, pero se mostró abanto de salida, algo que también es propio de este encaste. Morante tuvo que bajar el capote como si estuviese sacudiendo una alfombra, por emplear las propias palabras que él usó en la tertulia de la Asociación el Toro de Madrid. Lo hizo para decir que es algo que no le gusta, pero hoy no quedaba más remedio que hacerlo para tratar de fijar al toro. Pero ni por esas.
Cuando se quedó solo en el ruedo con el torero, el de Alcurrucén embistió a media altura sin buscar las tablas. Morante lo entendió perfecto, sin obligarle y toreándolo muy suave, despacito. Alguna serie con la derecha fue algo con el pico, pero se fajó más con el animal al natural. No faltó su clásico molinete, ni ese natural que da ahora con la suerte tan cargada, al estilo César Rincón. Y qué bien lo ligó con el de pecho. Los de pecho, por cierto, que también fueron de una sutileza sublime.
Madrid estaba entregada desde que dio un par de pases buenos, por lo que todo iba camino de las dos orejas y José Antonio, consciente de ello, se tiró a matar encima, perdiendo la muleta en el encuentro. La estocada cayó algo tendida y por eso el toro no cayó. Con torería, Morante trató de descabellar rodilla en tierra. Buena estrategia para que el público no se enfriase, pero marró en el intento. Acertó cuando recuperó la verticalidad. A pesar de estos fallos, se le concedió una oreja sin protestas. Lo dicho, Madrid le esperaba.

También Madrid esperaba a El Juli. Quien se lo iba a decir al diestro, así como a los propios aficionados. Suya es la faena de la feria (al toro de la Quinta), pero también la oreja de más peso (a otro de La Quinta) y una gran tarde el día 20 con la de Garcigrande. Por eso, cogió el hueco de Emilio de Justo en la fecha más señalada, la Corrida de la Beneficencia. Además, con los toros de sus apoderados. El berrendo segundo se protestó por sus hechuras más sevillanas que de Madrid. Como ha pasado en otras ocasiones en este San Isidro con El Juli, nadie apostaba demasiado por el toro hasta que Julián, como si tuviera superpoderes para hacerlos embestir, lo metió en el canasto. Lo llevó largo, pero sin forzar la figura como antaño. Al natural templó las embestidas de «Pianista», logrando los instantes más álgidos de la faena. Ya saben que la familia de los músicos de Alcurrucén es de garantías, y el toro acabó sacando el fondo que tenía oculto. Meritazo del Juli. No hace falta que les cuente que la obra acabó con un borrón, fiel a su famoso «julipié». Morante supo que tenía que tirarse a matar a su toro (aunque luego no cayese), pero Juli no tiene valor para tirarse recto a estas alturas de su carrera.

También le robó una serie al quinto de la tarde (que brindó a Emilio de Justo, presente con su corsé en el callejón), pero no pasó de eso. Solo Juli podría sacarla. Mas la faena no cogió vuelo y el público se comenzó a impacientar, en especial cuando el de Velilla pinchó una y otra vez con su característico salto.

Ginés Marín toreaba su segunda Corrida de la Beneficencia, a pesar de su juventud y de que no se celebraba desde 2019. Aquella fue un bochorno con tanto «viva» (https://criticataurina.com/2019/06/12/mucho-postureo-y-poca-aficion/). Hoy, como también estaba el Rey, también hubo alguno, pero no al nivel de aquella tarde.

Ginés toreó muy bien a la verónica al tercero, que también recibió alguna protesta de salida, aunque en este caso no las comparto. Curiosamente, tras su mejor verónica, una totalmente abandonada (relajado de hombros y brazos), el toro se fue derecho hacia los toriles. Otro abanto.
El prólogo de su faena de muleta fue cumbre, rodilla en tierra, con un cambio de mano por delante, una trincherilla y uno del desdén excelente, prácticamente convertido en natural al ralentí.
Luego la faena bajó rápidamente de intensidad porque el toro no repetía, pero ahí queda ese inicio.

El precioso sexto, ensabanado y no negro salpicado como marcaba el programa, fue un manso de libro. Hubo que ir a buscarle con el capote, labor de la que se encargó el subalterno Antonio Manuel Punta. La lidia era una capea con el toro correteando de un lado a otro. En el caballo cabeceó muchísimo.
Ginés se fue a toriles con él y aún así le tocó correr detrás cuando el toro atravesó literalmente de punta a punta la plaza hasta irse a la puerta de picar. Toro y torero volvieron a terrenos de toriles y Ginés le logró hacer faena. Al natural el alcurrucén hasta colocaba la cara, pero como se rajaba lo deslucía completamente. Pecó Ginés Marín de no dejarle más puesta en la cara la muleta para que el toro no saliese desentendido, aunque tuviese que hacer la noria, recurso válido en estos casos. El arrimón final con un circular, un cambio de mano y los desplantes calentó a los tendidos, que acabaron de entrar en ebullición con las tremendistas bernadinas. Se pusieron en pie y hasta le pidieron la oreja a Ginés después de media estocada trasera. Marín no quiso jugársela a usar el descabello y escuchó dos avisos.

Plaza de toros de Las Ventas (Corrida de la Beneficencia con lleno de «No hay billetes»): toros de Alcurrucén, desiguales de presentación, pero de muy buenas hechuras. Fueron mansos, en especial el sexto.
– Morante de La Puebla (de grana y oro): pitos y oreja.
– El Juli (de berenjena y oro): ovación y silencio.
– Ginés Marín (de azul noche y oro): palmas tras aviso y ovación tras dos avisos y petición minoritaria.