Volvía a Madrid Sebastián Castella tras su breve retirada y lo hizo a lo grande, nunca mejor dicho. Abrió la Puerta Grande tras cuajar a «Rociero«, un toro con clase, pero justo de fuerzas, pecado de toda la corrida de Jandilla. Manzanares quizás pudo hacer algo más con el segundo, mientras que Aguado se puso pesado con un lote infumable.
La tarde iba a la deriva hasta el cuarto. De mal en peor. «Rociero» tenía un morrillo prominente y era serio. El toro de Madrid. Tenía hechuras de embestir.
Sebastián empezó con unos estatuarios que, más que nunca, hicieron honor a su nomenclatura. Castella era una estatua y no le importaba ni que el toro se le fuese casi a la espalda. El francés no rectificaba su posición. Estaba totalmente atornillado.
Con la derecha las tandas tuvieron mérito y emoción por el viento que hacía, ya que Sebastián Castella no renunció a ceñirse con él. Pero lo mejor, sin duda, llegó al natural. ¡Qué serie! ¡Paró los relojes! Después volvió a la derecha para hacer su clásico arrimón. ¿Por qué? ¿Por qué no le diste otra serie al natural, Sebastián? Fue lo que faltó para que las dos orejas fuesen inapelables. De esta forma es de esas faenas de oreja y media. No obstante, dio otra serie después al natural a pies juntos, pero el toro ya pedía la muerte y no fue igual. La estocada cayó arriba, por lo que esta Puerta Grande fue mucho más justa que la de Emilio de Justo de la semana pasada, que también otorgó (con muchísima polémica) Eutimio.
Volvió a escuchar esos justificadísimos gritos de «fuera del palco» por no devolver a dos inválidos: primero y, especialmente, el tercero.
Castella no pudo hacer nada más que mostrar la predisposición con la que venía con ese primero. Toreó muy asentado y vertical, pero se pasó de faena; error típico suyo.
El tercero fue un toro que no se tenía en pie. Es increíble que Pablo Aguado no ordenase a su cuadrilla que le bajasen un poquito la mano para echarlo para atrás. Aquí hay que echarle la culpa también a él, no solo al presidente (que obviamente también la tiene).
Además, estuvo muy pesado cuando se vio que el toro no podía con su alma.
También aburrió al personal con el cierraplaza. ¿Qué necesidad tiene un torero «artista» de hacer esto? Al final, se agradece que abrevien como Morante.
El primero del lote de Manzanares tuvo una clase exquisita, pero estaba cogido con alfiereres. Era veleto y casi parecía de Albaserrada por su morfología (en negro, eso sí) y por cómo colocaba la cara, humillando mucho. Sin embargo, Manzanares no lo entendió en ningún momento. El inicio por bajo, con varios latigazos, no era lo que requería el toro. Lo violentó. La faena tuvo empaque, pero en cuanto bajaba la mano el toro perdía las manos. Queda la duda de qué habría sucedido con otro comienzo de faena más suave.
Además, anda mal con la espada, lo que siempre fue su fuerte. La estocada se le fue abajo.
Recibió al quinto a la verónica, con elegancia, y una revolera. Tardó en cogerle el pulso con la muleta, pero finalmente consiguió robarle un par de series de derechazos en los terrenos en los que menos molestaba el viento.
Plaza de toros de Las Ventas (lleno de «No hay billetes»): toros de Jandilla, bien presentados; con clase, pero sin fuerza.
– Sebastián Castella (de blanco y plata): silencio y dos orejas.
– José María Manzanares (de azul noche y oro): ovación con protestas y silencio.
– Pablo Aguado (de corinto y oro): silencio y silencio tras aviso.
