SAN ISIDRO NO REMONTA. ¡VAYA FERIA!


Entre la fuerte lluvia, que dejó el ruedo hecho una piscina en los primeros toros, y la pésima presentación y juego de los saldos ganaderos de Cuvillo y Victoriano del Río, otra corrida más se esfumó con muy poquito contenido. Tan solo la excelente actuación de la cuadrilla de Miguel Ángel Perera y la seria actuación del matador con un manso de libro se salvaron en el penúltimo viernes de feria. Una feria que está siendo un auténtico fracaso. Todo lo buena que fue la Feria de Abril está siendo de mala San Isidro. Opuestas.

Alejandro Talavante volvía a Madrid tras dejarse un toro vivo el 12 de octubre. Volvió con más ganas, dejando unos grandes delantales, que hacían soñar con volver a ver al mejor Talavante. Pero ese Talavante se quedó en 2018, antes de su retirada. Hoy mostró su imagen general de esta temporada: bastante mejor que la del año pasado, pero muy lejos de su mejor versión. Da la sensación de que todo es muy forzado. Si esos pases mirando al tendido antes ponían patas arriba Madrid, porque eran de genio, pura improvisación; estos dan la sensación de estar premeditados y de solo buscar agradar al público ocasional que se sienta en torno al tendido cinco. Sigue dando medios muletazos porque cita con la muleta retrasada, aunque, al menos, estuvo muy torero en sus formas, siempre vertical, encajado y saliendo de la cara del toro con gracia.

Empezó con unos ajustados estatuarios con el segundo y las primeras series fueron buenas, pero el toro se vino abajo y su faena también. Cerró por manoletinas.
En los mismos terrenos (entre el siete y el seis) y también por arriba comenzó con el quinto. Esta vez por ayudados y, acto seguido, ya por bajo, con la trincherilla. Lo mejor llegó con su gran mano, la izquierda, pero no hubo transmisión.

El primero de la tarde fue un toro impresentable. En una corrida muy, pero que muy mal presentada, este fue el peor. ¿Cómo puede pasar el reconocimiento un toro así? Como ayer, los gritos de «miau» se volvieron a hacer presentes en cada lance o muletazo.

El cuarto (también mal presentado), de la ganadería de Victoriano del Río, tuvo mucha clase. Colocaba muy bien la cara, pero era un mansazo. Tras una excepcional brega de Javier Ambel y dos tremendos pares de Curro Javier (¡qué buenos son!), Perera se puso a torear ligando y bajando la mano. El animal no aguantó ese sometimiento y ya amagó con rajarse. En la segunda tanda cantó definitivamente la gallina, yéndose a tablas. Perera fue robándole series por todo el platillo. Empezó en el cinco, pasó por chiqueros y acabó en la sombra persiguiendo a un toro remiso a embestir, aunque cuando lo hacía, lo hacía bien. Miguel Ángel entendió que tenía que dejarle la muleta puesta en la cara y le robó medias series de alta nota. Pero, como digo, se quedaron a medias, porque en el cuarto muletazo el toro decía que ya no quería más y huía. El defecto de Perera, y no es nuevo en él, es que se pasó de faena. Las bernadinas sobraron y, como estuvo fatal con los aceros, escuchó dos avisos y dando gracias, ya que el presidente le perdonó el tercero. Esto debería hacerle reflexionar sobre la duración de las faenas.

Ginés Marín lidió un toro de Cortés y uno de Victoriano del Río. El colorado de Cortés fue el que «mejor» presentado estaba del sexteto. Fue otro toro sin fijeza. Abanto. No pudo hacer nada con él Ginés Marín, que tuvo el peor lote.
Con el cierraplaza lo intentó, aunque perfilero y fueracacho. En su favor hay que decir que el toro tampoco merecía que se hiciese un esfuerzo con él.
Es una pena que Ginés Marín solo tenga dos tardes. Debía tener tres.

Plaza de toros de Las Ventas (lleno de «No hay billetes»). Toros Núñez del Cuvillo (primero y segundo), impresentables; Toros de Cortés (tercero) y Victoriano del Río (cuarto, quinto y sexto), mal presentados. Mansos en líneas generales, aunque con clase el cuarto. El segundo se desfondó y acusó también el mal estado del ruedo.

Miguel Ángel Perera (de caldero y oro): silencio y silencio tras dos avisos.
Alejandro Talavante (de rosa palo y oro): silencio en ambos.
Ginés Marín (de caldero y oro): silencio en su lote.

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