EL TOREO DE… FINITO DE CÓRDOBA

Juan Serrano Pineda nació el 6 de octubre de 1971 en Sabadell (Barcelona).

Después de haber sido un novillero puntero y haber ilusionado a los aficionados, tomó la alternativa el 23 de mayo de 1991 en su ciudad de adopción: Córdoba.
El padrino de la ceremonia fue Paco Ojeda, y el testigo, Fernando Cepeda. Los toros fueron de Torrestrella.
La confirmó en Las Ventas el 13 de mayo de 1993 de manos de Ortega Cano y en presencia de Manuel Caballero.
Unos días después, el 6 de junio, abrió la Puerta Grande tras desorejar a un toro de Aldeanueva.

Aunque esa Puerta Grande en Madrid puede ser su mayor hito en el toreo, su gran aportación ha sido el arte con el que ha toreado y, por lo tanto, las sensaciones que ha sido capaz de trasmitir al público.
Su toreo largo y profundo, siempre por bajo, podría encuadrar más en el prototipo de un torero poderoso, pero «El Fino» lo ha hecho todo con su sello personal.
Sus muñecazos finales para rematar los naturales son poesía, como también lo son las trincherillas, los trincherazos, los cambios de manos y demás adornos con los que perfuma sus obras.

Sin embargo, como la gran mayoría de toreros artistas, es irregular. Es capaz de lograr que todo el mundo salga de la plaza hablando de su gran toreo, como de pasar totalmente desapercibido.
Esa falta de regularidad le ha pasado factura, ya que no ha cumplido todas las expectativas que tenían puestas en él un buen puñado de aficionados que seguían a su torero allá donde torease, incluso en su etapa novilleril.
Nunca ha sido ese nuevo «Califa del toreo», aunque sus seguidores más acérrimos le traten de incluir en esa lista con Manolete y compañía.

Otro aspecto que cabe destacar de Finito es su estética. La puesta en escena es fundamental para cualquier artista y también lo es en el caso del «Fino». Sus vestidos aterciopelados son magestuosos. El púrpura y oro de Pedro Escolar, que lució en San Isidro 2018, me dejó fascinado.

Además, torea con belleza, por lo que en este sentido no se le puede poner un «pero».
Sí que se le puede poner en que le haya faltado valor para cruzar la raya cuando tocaba o en esos altibajos que le han hecho ser un torero de momentos.

Hace unos días, en un directo de David Casas, sugirió que los trajes deberían tener protección para minimizar los riesgos, cosa que entiendo desde su punto de vista, ya que se juega la vida, pero que no comparto, porque el torero perdería esa áurea y el valor de la heroicidad, que lo diferencia del público que paga por verle, que no querría estar en su pellejo.

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