Llegaban al coso capitalino los novillos de Fernando Peña, bien presentados pero carentes de transmisión, algo en lo que sí suele destacar esta divisa, por lo que los esperaba mucho. Todavía tengo en mi recuerdo un toro excelso de Peña en la encerrona benéfica de Gonzalo Caballero en Torrejón, así como buenas sensaciones cada vez que había visto reses de esta ganadería. Pero ayer, escasearon las fuerzas y la casta, lo que imposibilitó cualquier lucimiento de los novilleros. Lo preocupante, es que teniendo tan poco material, tampoco estuvieron por encima de los novillos. Tan solo Diego Peseiro mostró la ambición típica de un novillero. Puso banderillas y trató en todo momento de conectar con los tendidos, en su mayoría poblados de turistas.
Lo cierto es que aunque puso empeño, tiene mucho que mejorar con los garapullos, aunque en el sexto novillo dejó una impresión mucho mejor, poniendo un grandioso par al violín en la misma cara de la res.
Mientras que Diego Peseiro puso pares buscando la espectacularidad, Fernando Sánchez (como siempre) los puso con una torería sin igual, aunque los pares de la tarde corrieron a cargo de Andrés Revuelta, que tuvo que saludar.
Por lo tanto, la antítesis de lo que fue el resto de la lidia, se vio en el tercio de banderillas, donde sí se vivieron grandes momentos entre el sopor de las faenas.
Ochoa llevó largo a los toros y muy templado, pero faltó torería y arte. Más aún le faltó a Marcos, lo cual no me sorprende, porque siempre que le he visto me ha parecido un torero antiestético, que se retuerce mucho y no carga la suerte, y además busca más el arrimón que el toreo fundamental.
Hay que gustarse en lo que haces, ya que «si te gustas, gustas». De hecho, el que más se gustó fue el portugués Diego Peseiro y por eso llegó más a los tendidos aunque aún está muy verde.
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